UNA
CUARESMA DIFERENTE
Habíamos planeado
la Cuaresma con ilusión, como la de cada año. Acudir a nuestra
hermandad, participar en los cultos, los ensayos de costaleros, el
montaje de altares y de pasos, el reparto de papeletas de sitio, etc.
¡Tantas cosas por hacer! De fondo, como todos los años, tal vez
oíamos hablar de que la Cuaresma es tiempo de ir con Jesús al
desierto, de oración, silencio y penitencia. Tiempo de renuncia y
ayunos ofrecidos al Señor para mostrarle la veracidad de nuestro
amor y para darnos cuenta de qué es lo importante (“No solo de pan
vive el hombre…). No sé si ese ruido de fondo lo escuchábamos, o
era como si no nos afectara. Pero el caso es que un virus nos ha
emplazado a vivir una Cuaresma distinta a como la habíamos planeado.
El ruido de fondo se ha hecho la melodía principal. Ahora tenemos
una Cuaresma íntima, silente, sacrificada en todos los sentidos. Una
Cuaresma diferente, pero no por ello menos verdadera.
La Cuaresma revive
el retiro de Jesús durante cuarenta días en el desierto, impulsado
por el Espíritu Santo. También los cuarenta años de camino del
pueblo de Israel hacia la tierra prometida. En el retiro de Jesús
los evangelistas nos narran las tentaciones de Satanás por las que
el Hijo de Dios, hombre verdadero, fue probado. Nosotros leemos esos
relatos para purificar en la verdad el seguimiento, confianza y
fidelidad a Jesucristo, que nos ha llamado a la vida en Él. Y en el
camino de Israel descubrimos que tiene que aprender a confiar en el
Señor, que lleva a su pueblo por senderos tal vez insospechado, pero
los únicos que les permitirán llegar a su meta. Y así, la Cuaresma
es confianza, esperanza, fortaleza… y senderos inesperados. En este
año, los senderos han sido muy inesperados, pero somos llamados a
recorrerlos guiados por el Señor, animados por su palabra,
acompañados por la Stma. Virgen María, los santos y toda la
Iglesia.
Las armas para la
Cuaresma siguen siendo las mismas, solo que este año tendremos que
usarlas con más intensidad: oración, limosna, ayuno. La oración y
la participación en los sacramentos se ha tornado más necesaria que
nunca. Sigamos participando en nuestros cultos, aunque ahora será
desde nuestra casa. Nos une la oración, que ahora es plegaria al
Señor por el fin de la pandemia. Aprovechemos que la tecnología os
acerca la misa diaria, y a través de las redes podemos realizar
novenas y otras rogativas.
La limosna se puede
expresar en nuestra comprensión y paciencia con el prójimo en este
encierro obligado. Emociona ver cuántos cristianos se está
ofreciendo a ayudar a quienes ahora necesitan ayuda. Qué hermosas
iniciativas de las hermandades, que nunca cierran su puerta a los
pobres.
El ayuno, la
renuncia a eso que tanto deseábamos, la cofradía en la calle, nos
ayudará a comprender la verdadera, profunda e inmensa dimensión de
la hermandad: una comunidad de fe en el Señor, cuidados por la
Virgen, fuertes en los momentos de tribulación.
Todo lo que estamos
viviendo nos puede llevar a una conversión, a una renovación de
nuestras actitudes materiales y espirituales. Una revisión que
quizás no habíamos programado, pero que nos hará renacer más
fuertes. Tal es el objetivo de la Cuaresma, que nos encamina hacia la
Pascua, la renovación de nuestro bautismo.
Podríamos decir que
ahora estamos viviendo el sentimiento de la Amargura, que está
compuesto de dolor, temor… Y por eso es tan importante que, en
estos momentos invoquemos a la Virgen de la Amargura, como maestra de
confianza, de espera, de fortaleza y de oración. María es nuestra
madre y nos mira con ternura a quienes pedimos su protección. Ella
no nos abandonará, y siente a sus hijos con el mismo amor con el que
sostiene a Cristo descendido de la cruz.
Cada noche, como
antífona final del rezo de la hora de Completas, la Iglesia saluda a
la Stma. Virgen María y se encomienda a su protección, como un niño
arropado por su madre al irse a la cama a dormir, con un himno del
siglo VIII-IX, por tanto de hace más de mil años. En ese himno, la
Iglesia mira a María como estrella del mar, diciéndole ave,
maris stella. (Madre del Redentor, virgen fecunda, / puerta del
cielo siempre abierta, / estrella del mar…).
La vida humana es un
camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es
como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y
borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos
indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las
personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de
esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol
que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar
hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz
reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para
nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para
nosotros estrella de esperanza en esta travesía difícil? A ella,
Virgen de la Amargura, encomendamos a la hermandad, a toda la
Iglesia, al mundo entero.
Marcelino
Manzano Vilches, pbro.
Delegado
Diocesano de Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis de
Sevilla.