martes, 24 de marzo de 2020

Un Cuaresma diferente, por Rvdo Padre D. Marcelino Manzano Vilches.


UNA CUARESMA DIFERENTE

Habíamos planeado la Cuaresma con ilusión, como la de cada año. Acudir a nuestra hermandad, participar en los cultos, los ensayos de costaleros, el montaje de altares y de pasos, el reparto de papeletas de sitio, etc. ¡Tantas cosas por hacer! De fondo, como todos los años, tal vez oíamos hablar de que la Cuaresma es tiempo de ir con Jesús al desierto, de oración, silencio y penitencia. Tiempo de renuncia y ayunos ofrecidos al Señor para mostrarle la veracidad de nuestro amor y para darnos cuenta de qué es lo importante (“No solo de pan vive el hombre…). No sé si ese ruido de fondo lo escuchábamos, o era como si no nos afectara. Pero el caso es que un virus nos ha emplazado a vivir una Cuaresma distinta a como la habíamos planeado. El ruido de fondo se ha hecho la melodía principal. Ahora tenemos una Cuaresma íntima, silente, sacrificada en todos los sentidos. Una Cuaresma diferente, pero no por ello menos verdadera.



La Cuaresma revive el retiro de Jesús durante cuarenta días en el desierto, impulsado por el Espíritu Santo. También los cuarenta años de camino del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. En el retiro de Jesús los evangelistas nos narran las tentaciones de Satanás por las que el Hijo de Dios, hombre verdadero, fue probado. Nosotros leemos esos relatos para purificar en la verdad el seguimiento, confianza y fidelidad a Jesucristo, que nos ha llamado a la vida en Él. Y en el camino de Israel descubrimos que tiene que aprender a confiar en el Señor, que lleva a su pueblo por senderos tal vez insospechado, pero los únicos que les permitirán llegar a su meta. Y así, la Cuaresma es confianza, esperanza, fortaleza… y senderos inesperados. En este año, los senderos han sido muy inesperados, pero somos llamados a recorrerlos guiados por el Señor, animados por su palabra, acompañados por la Stma. Virgen María, los santos y toda la Iglesia.

Las armas para la Cuaresma siguen siendo las mismas, solo que este año tendremos que usarlas con más intensidad: oración, limosna, ayuno. La oración y la participación en los sacramentos se ha tornado más necesaria que nunca. Sigamos participando en nuestros cultos, aunque ahora será desde nuestra casa. Nos une la oración, que ahora es plegaria al Señor por el fin de la pandemia. Aprovechemos que la tecnología os acerca la misa diaria, y a través de las redes podemos realizar novenas y otras rogativas.

La limosna se puede expresar en nuestra comprensión y paciencia con el prójimo en este encierro obligado. Emociona ver cuántos cristianos se está ofreciendo a ayudar a quienes ahora necesitan ayuda. Qué hermosas iniciativas de las hermandades, que nunca cierran su puerta a los pobres.

El ayuno, la renuncia a eso que tanto deseábamos, la cofradía en la calle, nos ayudará a comprender la verdadera, profunda e inmensa dimensión de la hermandad: una comunidad de fe en el Señor, cuidados por la Virgen, fuertes en los momentos de tribulación.

Todo lo que estamos viviendo nos puede llevar a una conversión, a una renovación de nuestras actitudes materiales y espirituales. Una revisión que quizás no habíamos programado, pero que nos hará renacer más fuertes. Tal es el objetivo de la Cuaresma, que nos encamina hacia la Pascua, la renovación de nuestro bautismo.


Podríamos decir que ahora estamos viviendo el sentimiento de la Amargura, que está compuesto de dolor, temor… Y por eso es tan importante que, en estos momentos invoquemos a la Virgen de la Amargura, como maestra de confianza, de espera, de fortaleza y de oración. María es nuestra madre y nos mira con ternura a quienes pedimos su protección. Ella no nos abandonará, y siente a sus hijos con el mismo amor con el que sostiene a Cristo descendido de la cruz.

Cada noche, como antífona final del rezo de la hora de Completas, la Iglesia saluda a la Stma. Virgen María y se encomienda a su protección, como un niño arropado por su madre al irse a la cama a dormir, con un himno del siglo VIII-IX, por tanto de hace más de mil años. En ese himno, la Iglesia mira a María como estrella del mar, diciéndole ave, maris stella. (Madre del Redentor, virgen fecunda, / puerta del cielo siempre abierta, / estrella del mar…).

La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza en esta travesía difícil? A ella, Virgen de la Amargura, encomendamos a la hermandad, a toda la Iglesia, al mundo entero.


Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Delegado Diocesano de Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis de Sevilla.